Hoy en día, incluso después de tantos años, parece que esa "cuestión del Barroco", ampliamente debatida por muchos estudiosos, sigue aún vigente. Y es que, si bien el Barroco es un período histórico más o menos delimitado —aunque sabemos que esto no es tan cierto—, el sentimiento o el espíritu que de él nace o que en él se pone de manifiesto es anacrónico. Su impacto ha ido más allá de su período histórico. Lo barroco es, sin duda, trascendental.
Este es el caso de La pesadilla del pintor anglo-suizo Henry Fuseli.
El cuadro tiene muchos detalles, algunos de los cuales concuerdan con la estética propuesta por el Barroco. En primer lugar, por supuesto, destaca la figura femenina tumbada sobre la cama; y destaca porque brilla: sus atavíos, su piel, sus cabellos, sus facciones: todo es luz, todo es brillante, casi virginal. Pero aparece en un contexto totalmente oscuro, ensombrecido. Cabe destacar que el tópico del sueño como imagen de la muerte es muy recurrente en el Barroco y en este caso, de no ser por el título de la pintura, creeríamos que estamos ante una dama que yace sin vida. Y que yace, justamente, en una posición extraña, inquieta, casi contorsionada. El equilibrio no se encuentra en ningún lado; ni de la mujer ni de las telas que la rodean. Parece una escena que se está desarrollando mientras el espectador irrumpe, pues a pesar del horror hay algo de natural en las expresiones de los involucrados (la doncella que duerme; el caballo que observa, también como espectador, la escena; el demonio que fija su mirada más allá del retrato...)
La figura central —y que no está del todo en el centro— es el demonio que se posa sobre la dama (y que ha sido frecuentemente señalado como un íncubo). Es una forma grotesca, tosca, incluso algunos de sus bordes son casi indefinidos, confundiéndose con el fondo. El elemento sexual que representa, si bien no es una característica propia del Barroco, parece darle más fuerza a esa sensación del "arte de lo feo" que describiese Benedetto Croce. El íncubo parece mirar al espectador —o algo junto al espectador— y sin duda tiene ese cariz de unsettling, de hacer sentir ansiedad. En cierto sentido, también podría representar la muerte inevitable sobre la vida (representada, entonces, por la mujer); resonando de ese modo con la gran tradición de los vanitas barrocos, que ponían de manifiesto la inexorable llegada de la muerte, el indetenible paso del tiempo, a pesar de cualquier logro, cualquier ciencia, cualquier arte.
Por último, la figura del caballo aparece casi como sorpresivamente. Es una figura que termina de darle el aspecto onírico y a la vez horrorífico que se había estado construyendo. El caballo es una presencia extraña, que no pertenece al sitio donde se encuentra (tal y como se sentía el hombre en aquel momento) y es irreductible. Presenta, además, un juego de planos. El íncubo y la doncella; el caballo que observa desde su misma pintura (recordemos que Alejandro Oliveros dice que el Barroco es cosa vista, por esto tal atención al acto de mirar o al efecto de la mirada). Este último plano está recargado con algunos detalles (como la cortina, por ejemplo, con sus pliegues y la sombra del demonio) o simplemente sumido en una oscuridad impenetrable.
Tan impenetrable, quizás, como la idea (la mera idea) detrás de esta obra. ¿Qué hay en este choque de lo onírico, lo fantástico, lo horroroso y lo real? Cabría preguntarse si ese no-saber es un sentir moderno; si es, después de todo, un sentir barroco.
Por Oscar David Medina
No hay comentarios:
Publicar un comentario