sábado, 7 de abril de 2018

LA FALTA DE CERTEZAS DE UN MUNDO COMPLEJO

The Neighbours (1881), por William Henry Bartlett.
La incredulidad de santo Tomás (1602), por Michalangelo Merisi da Caravaggio. 

Dos cuadros de dos autores y dos momentos diferentes. ¿Qué podría unir a estas obras pictóricas en apariencia tan disímiles? Aunque solo una de ellas (La incredulidad..., de Caravaggio) pertenezca -histórica y estéticamente- a ese período artístico denominado Barroco, no resulta demasiado aventurado afirmar que aquello que podría emparentar a estas dos pinturas sea una suerte de sentimiento o una estética barroca más o menos común.

En primer lugar, The Neighbours llama la atención por la disposición de los elementos en los planos. Un hombre fumando su pipa, unos objetos cotidianos y un pintor mirando a través de la ventana se encuentran en los planos sobresalientes. Al fondo, una mujer riega sus plantas. Este juego con los planos genera un cúmulo de cuestiones: ¿Qué es más importante en realidad? ¿Se busca resaltar al hombre que fuma reclinado? ¿Al pintor? ¿Por qué la sombrilla y el sombrero, objetos tan comunes, están representados en un primer plano? Por otra parte, no se termina de entender qué está pintando el artista presente en la obra: ¿Retrata acaso al sujeto de la pipa que parece posar o plasma algo de afuera? Cualquiera de las dos alternativas produce más cuestiones: ¿Por qué no observa al otro hombre al cual podría estar retratando? Si pinta algo que ve a través de la ventana, ¿cómo se puede saber qué es? Además de estas, hay otra cuestión curiosa: The Neighbours se titula la obra y, sin embargo, no se percibe verdadero contacto, verdadera vecindad entre las tres personas plasmadas por Bartlett. No parece haber, pues, un centro accesible; el mundo posee una complejidad tremenda que impide su comprensión.

Son estas series de preguntas e incertidumbres las que permiten vislumbrar cierto carácter barroco en la obra. Alí, los múltiples seres y formas parecen ser y hacer algo, pero a la vez contradicen eso que están aparentando; es como si el mundo estuviese trastocado. El arte desplegado en esta pintura del pintor británico trasluce esa sensación típicamente barroca de duda, de confusión, de incertidumbre, de no entender lo que está pasando de la que hablaba Alejandro Oliveros (La mirada del desengaño).

Si de incertidumbre se habla, parece apropiado traer a colación al santo Tomás de Caravaggio. Santo Tomás, tal como es presentado por el artista italiano, es presa de una gran confusión: ve a Jesucristo redivivo y no puede creerlo. Caravaggio lo muestra en su aspecto más grotesco (lo grotesco es un rasgo fundamentalmente barroco): aquel hombre santo debió tocar -sin ningún tipo de remordimiento- la prueba fehaciente para poder creer algo que debió haber aceptado a ciegas; llevado como estaba por la duda y el poderoso deseo de conocimiento, no le importó poner el dedo en la llaga -algo que se hace más grotesco al ser consciente de la santidad del sujeto-. La obra (que además está pintada con unos tonos sombríos propiamente barrocos) parece reflexionar en torno a la cuestión común de la época de que incluso ver con los propios ojos (en este caso, ver la herida) no es suficiente, pues los sentidos y la razón engañan; el mundo, por lo demás, es confuso, complejo y se cubre de apariencias engañosas. Santo Tomás toca porque es la forma más completa que tiene de acceder a la verdad, de saber cierto el hecho de la resurrección del hijo de Dios ante el cual se encuentra incrédulo. Es difícil encontrar un mejor retrato de la crisis de fe que caracterizó a la época barroca que este que Michalangelo Merisi da Caravaggio realizó hace más de 400 años.

Por Gabriela Ortega. 

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