No
sólo eso, también existen ápices de su creación, incluso medio siglo antes de
que el movimiento naciese. Parece increíble, pero con éstas dos obras se
demostrará la influencia temprana y futura del barroco en el arte universal.
Pieter Aertsen: "La Danza de los Huevos" (La Danse des Oeufs).
La obra de Aertsen nos presenta en un primer plano a una pareja que parece mirar directamente al espectador/pintor mientras otra parece coquetear; en un segundo plano, encontramos “suceso principal” de la obra: un joven bailando descalzo alrededor de un huevo y otros tantos objetos tirados en el suelo; a un lado de él, hombres que siguen sus pasos atentamente; en el último plano, dos mujeres inmersas en su conversación.
El
cuadro podía considerarse una escena de la cotidianidad; en realidad, la danza
de los huevos es un juego muy popular de la época y Aertsen no es el único en
realizar una obra pictórica de dicho entretenimiento; sin embargo, las figuras parecen
estar realizando sus acciones en el momento justo en el que el espectador fija
su mirada en el lienzo: los personajes transmiten la sensación de movimiento,
de que el baile sucede justo frente a nosotros mientras que alrededor del joven
suceden otras cosas (personas hablando, coqueteando, tocando la melodía para la
danza y los dos personajes que nos observan fijamente, como si hubiésemos
interrumpido el momento).
El
cuadro, además, juega con el color, la profundidad y la iluminación, dando la
idea de que se está viendo un gran espacio.
Esto
es una característica muy barroca: no sólo juega con el espacio, sino también
con las situaciones que suceden dentro de la obra; te presenta un suceso
cotidiano, pero al mismo tiempo te presenta otros tantos acontecimientos en un
gran –pequeño- espacio. Tu mirada se ve obligada a pasearse por el lienzo un
par de veces para entender lo que está
sucediendo.
Cualquier
persona creería que esta pintura es 100% barroca, pero en realidad fue
realizada en el renacimiento. Tal vez, fue uno de los primeros vistazos del
mundo a lo que sería una “época” muy fructífera para el arte y la arquitectura
y fue realizado 50 años antes de que el barroco se propagara por Europa.
Henry Wallis - “The Death of Chatterton” (1856)
En
la pintura no sólo el cadáver hace alegoría a ello –a la muerte-, sino también
varios detalles de la habitación: la flor marchita, la vela consumida, papeles
rotos en el suelo. El hermoso cuerpo sin vida de Chatterton (un poeta
incomprendido) forma una curva que imita la forma del lienzo. Pese a que el
cuerpo luce rígido, las telas parecen tener aún un poco de movimiento, al igual
que el humo que escapa de la vela recién acabada.
Existe
un claro juego con los colores y las sombras, la obra está compuesta por
colores oscuros y otros un tanto brillantes, que guían la vista del espectador
por toda la obra; trabaja con tres dimensiones: la primera el suelo y la cama,
donde está la caja con las cartas, el arma con la que se quitó la vida el
joven, el cuerpo del chico y una silla con su chaqueta roja; la segunda la mesa
y la ventana, donde encuentras objetos muertos; la tercera es el paisaje de los
tejados de Londres, ajenos al suceso dentro de la habitación.
Es
esa contraposición entre el movimiento y la rigidez del cuerpo, entre los
colores oscuros con los claros y entre el grito desesperado de un alma rota con
la indiferencia de una ciudad entera lo que hace esta obra barroca. O al menos,
te hace pensar que estuvo influenciada de alguna manera por el movimiento.
Porque
el barroco con el pasar de los siglos siguió creando y recreando, se reinventó,
creció e inundó cada rincón del mundo. Incluso ahora, en pleno siglo XXI,
podemos encontrar obras que son totalmente barrocas. Y es increíble ver como la
llama sigue existiendo, como día con día se crean obras inspiradas –incluso sin
saberlo- en ese fenómeno artístico que nos abrió las puertas a miles de
posibilidades dentro del arte.
Por Daniela Olivo.
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