La muerte de Ofelia no puede verse con tanta simpleza como un suicidio. Ya ella no era dueña de su pensamientos ni de sus acciones, su mente vagaba confundida en un laberinto sin salida y la Naturaleza parecía brindar alivio a su tormento. Su corazón inocente había sido trucado por el juego de los espejos (del ser y no ser de su amado) y lo único sincero que encontró en su desasosiego fue el llamado a ser una con la Naturaleza. Ha sido seducida una vez más y se ha entregado ingenuamente a la muerte.
“Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena
en tu mente traspuesta metió voces extrañas
y es que tu corazón escuchaba el lamento
de la Naturaleza -son de árboles y noches.
Y es que la voz del mar como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña”
El amor al que se entregó con pasión, rompe en ella con la potencia del mar. Y ella, tan frágil, es incapaz de soportar el desconcierto de haber amado sin ninguna certidumbre. “Antes te amaba” son las palabras de Hamlet y es probable que haya sido ciertas, solo que al darse cuenta de que Ofelia no era otra cosa que un títere en manos de Polonio y Claudio, entonces, vino la desilusión y el amargo veneno con que inyectó sus palabras al dirigirse a ella: “Dios os da una cara y vosotras os hacéis otra”.
Finalmente, Ofelia, sola y huérfana, sola y culpable de haber amado al asesino de su padre, estalla de dolor y se desvanece entre las luces y sombras del castillo como un fantasma: invisible, muerta en vida. Hamlet quizás no pudo medir el alcance de sus acciones, pues el amor quedó rezagado ante la premisa de la venganza. No obstante, la muerte de Ofelia le recordó cuanto la amaba, quizá demasiado tarde.
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