Ofelia es de su muerte, como Hamlet es de su locura. Como el arcoíris es del cielo y la luna de la noche. Ofelia, nuestra Ofelia es ella, es blancura, inocencia ambigua, riachuelo y paso a otra vida. Nuestra querida doncella suave como un arroyo en verano. Pero bajo la tranquilidad de la superficie de un río hermoso se mueven corrientes violentas, así es nuestra Ofelia, como el río en el que se ahoga cada día cuando alguien lee su muerte y revive su dulce condena. Así, tranquila y obediente por fuera, pero dentro de sí se mueven las corrientes y las pasiones como torbellinos imparables e inalcanzables. Esos movimientos agitados pero ocultos al mundo sólo se revelan con la muerte de su padre, y es allí donde entonces deja que el cauce vaya libre, chocando contra las rocas que se posan en el camino, cantando sus pesares, ahogándose desde su locura primero su alma y luego su cuerpo. Ese mismo cauce la va llevando a ella al río, a la profundidad de las aguas y los peligros de su alma dolida para sólo así sobrevivir a todas las épocas. ¿Y qué peligro puede ser para el alma la muerte, si el espíritu puede ir más allá de la vida? Ofelia vive y muere constantemente, pero esto es lo único que pudo hacer, es por lo que se le conoce y se le recuerda. Rimbaud dibuja otra vez, y otras mil veces, su desgracia y esto nos hace compadecerla, por lo que la mantiene viva.
¡Oh tú, Ofelia, eres tan memorable para el mundo porque eres un reflejo dulce y una advertencia peligrosa al mismo tiempo para todos los enamorados!
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