miércoles, 12 de enero de 2011

El tiempo barroco

El hombre barroco no descansa. Su personalidad, al igual que su contexto, es una realidad en permanente crisis, una realidad nublada por un vacío que crea temor. El poema “Advierte al tiempo de mayores hazañas, en que podrá ejercitar sus fuerzas” del español Francisco de Quevedo pertenece al barroco porque muestra la preocupación y la inestabilidad de una sociedad que sufre una crisis porque o piensa que desconoce las verdades del mundo y porque hay en ella una fractura religiosa. El tiempo, en todas las épocas de la humanidad y hasta nuestros días, es sinónimo de consumación, de muerte, de vejez, una preocupación para todo ser humano. Pero, ¿qué significará el tiempo para un hombre que vive en una sociedad fracturada, moribunda e inestable, que busca desenmarañar su realidad pero a la vez llenarla por el miedo al vacío?

Lo barroco de este poema está en el relato de un camino donde el protagonista es el hombre y el antagonista, por momentos, es el tiempo. En este camino es él quien dirige, controla y es jefe de todo. Es el único capaz de dar vida y dar muerte, enfermar a los sanos y sanar a los enfermos, y sólo él cambia los rumbos de las cosas, da fortuna a los pobres o la quita de sus manos y todo a su tiempo. El tiempo además es un médico que sana heridas, da olvido a las tristezas, pero también prepara a cada hombre para su muerte, pues aunque su paso es silencioso, se sienta en el cuerpo y como un parásito vive en él y se nutre de él hasta que el cuerpo no tiene más nada que dar. El tiempo es el inquilino que nadie quiere recibir.

Por otro lado, en este poema se evidencia una metáfora que canta una preocupación, una palabra que muestra una crisis porque nadie puede parar el tiempo. Éste es el enemigo invencible y el fin de todos. Este poema es barroco porque existe un aire que nos remite a la muerte. La gran hazaña del tiempo es que después de darle a cada ser un camino que recorrer, tarde o temprano, escribe el fin de cada persona. En el mundo barroco la muerte reinaba por cada calle, por cada pueblo y en cada poema, en cada palabra. Hay aquí un reclamo, una crítica, una voz poética que tutea la inmensidad del tiempo: lo elogia, lo desprecia, canta sus virtudes y lo enfrenta. El hombre barroco se enfrenta a una realidad desconocida y busca quitar la lona que no le permite palparla. Esa misma lona que diferencia a los vivos y a los muertos, a los que pueden seguir el camino y a los que ya no pueden ver. En este poema la palabra es la lona, que se desdobla para mostrar la herida de un tiempo inextinguible e infinito que es nada y a la vez es todo. Es vida y a la vez es muerte. Sólo se vale de sí mismo y del camino en la vida del hombre para funcionar.

El barroco es esa corriente que se nutre de todo pero a todo se resiste. En ella hay algo que nos muestra que no hay un centro definido sino un universo de elementos que llenan. El hombre barroco parece ser un hombre cobarde, miedoso, y siente la necesidad de descifrar todo, saber todo y descubrir todo. Este poema, al igual que el barroco, es una realidad que no se parece a la realidad.




ADVIERTE AL TIEMPO DE MAYORES HAZAÑAS,
EN QUE PODRÁ EJERCITAR SUS FUERZAS

Francisco de Quevedo

Tiempo, que todo lo mudas,
tú, que con las horas breves
lo que nos diste, nos quitas,
lo que llevaste, nos vuelves:
tú, que con los mismos pasos,
que cielos y estrellas mueves,
en la casa de la vida,
pisas umbral de la muerte.
Tú, que de vengar agravios
te precias como valiente,
pues castigas hermosuras,
por satisfacer desdenes:
tú, lastimoso alquimista,
pues del ébano que tuerces,
haciendo plata las hebras,
a sus dueños empobreces:
tú, que con pies desiguales,
pisas del mundo las leyes,
cuya sed bebe los ríos,
y su arena no los siente:
tú, que de monarcas grandes
llevas en los pies las frentes;
tú, que das muerte y das vida
a la vida y a la muerte.
Si quieres que yo idolatre
en tu guadaña insolente,
en tus dolorosas canas,
en tus alas y en tu sierpe:
si quieres que te conozca,
si gustas que te confiese
con devoción temerosa
por tirano omnipotente,
da fin a mis desventuras
pues a presumir se atreven
que a tus días y a tus años
pueden ser inobedientes.
Serán ceniza en tus manos
cuando en ellas las aprietes,
los montes y la soberbia,
que los corona las sienes:
¿y será bien que un cuidado,
tan porfiado cuan fuerte,
se ría de tus hazañas,
y victorioso se quede?
¿Por qué dos ojos avaros
de la riqueza que pierden
han de tener a los míos
sin que el sueño los encuentre?
¿Y por qué mi libertad
aprisionada ha de verse,
donde el ladrón es la cárcel
y su juez el delincuente?
Enmendar la obstinación
de un espíritu inclemente,
entretener los incendios
de un corazón que arde siempre;
descansar unos deseos
que viven eternamente,
hechos martirio del alma,
donde están porque los tiene;
reprender a la memoria,
que con los pasados bienes,
como traidora a mi gusto
a espaldas vueltas me hiere;
castigar mi entendimiento,
que en discursos diferentes,
siendo su patria mi alma,
la quiere abrasar aleve;
éstas si que eran hazañas,
debidas a tus laureles,
y no estar pintando flores,
y madurando las mieses.
Poca herida es deshojar
los árboles por noviembre,
pues con desprecio los vientos
llevarse los troncos suelen.
Descuídate de las rosas,
que en su parto se envejecen;
y la fuerza de tus horas
en obra mayor se muestre.
Tiempo venerable y cano,
pues tu edad no lo consiente,
déjate de niñerías,
y a grandes hechos atiende.

No hay comentarios:

Publicar un comentario