¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
¡Oh, condición mortal! ¡Oh, dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!
Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.
En la primera estrofa de este poema, escrito por Francisco de Quevedo, la voz poética nos habla sobre la fugacidad de la vida y su fragilidad ante la omnipotencia silente de la muerte. Y es así como se sumerge profundo desde el comienzo en temas especialmente característicos del barroco. Para defender ese punto de vista recurro al ensayo de José M. González García, La cultura del barroco: figuras e ironías de la identidad, ahí se nos señalan seis figuras que en el barroco se presentan con insistencia, entre ellas están la calavera (símbolo de la muerte) y la vida como camino poblado de dificultades. Ambas están estrechamente relacionadas en este poema, y al acoplar sus ritmos despiertan la imagen de un camino accidentado, confuso, y futil; en el cual cada sombra, ruido lejano, o mínimo movimiento, es la muerte acechante, reconocida por el andante, descarada en su silencio y en la obsesión del viviente.
Veamos el poema, podemos entender nos dice que, si se quiere continuar con la “vana” vida se debe pensar en “el vuelo sin mirar las alas”, y de esta forma evitar rondar la idea recurrente de la caída. Tal es el nivel de la supremacía de la muerte incrustada en el poema que el pensar en “querer vivir mañana” se tiñe de alguna forma en actitud masoquista de quien “procura” su muerte. Esto ocurre porque el concepto de la muerte desbocado en el máximo uso de poder de su significado se inyecta en la reflexión sobre el pasar de la vida, volviéndolo terrible. Se implanta la seguridad de que la única función de todos y cada uno de los caminos del andante conducen al mismo destino irremediable, la muerte; y otra vez más allá, se alcanza a mostrar este poema a la vida misma como vanidosa por el hecho de atreverse siquiera a proponerse par de la muerte, a existir como posibilidad en la mente cuando se vive en la presencia de su ama y señora.
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