Descaminado, enfermo, peregrino
Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto,
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir, si no vecino,
distinto oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
Salió el Sol y, entre armiños escondida,
soñolienda beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.
Luis de Góngora (1594)
Cualquiera que vaya caminando por una vereda oscura y fría, sin lugar de destino y sin certezas de ningún tipo es posible que se sienta desamparado, desalentado y asustado; con ganas de terminar cuanto antes esa dura y laberíntica travesía del errar perpetuo, de la soledad inacabable y del miedo y desconfianza universales.
Cual enfermedad incurable el glaciar presente se cierne sobre el hombre, levantando amenazas entre sí mismo y el entorno. Amenazas y hostilidades que cercenan casi por completo cualquier tipo de relación entre el ser propio y los demás, todo por el afán incansable de preservarse del daño que supone lo desconocido, lo impropio, la realidad disfrazada en la que se ve inmerso en ese mundo de ficción real que se ha levantado para suavizar lo que ciertamente existe. Es entonces una fortaleza y un disfraz en sí mismo. Conforma una dupla indestructible para salir a flote y subsistir en ese largo camino que supone la existencia y que irremediablemente termina con la muerte. Esa es la única certeza, que se dejará de existir. A lo largo del camino sólo existe la necesidad de avanzar hacia la muerte, avanzar penando en medio del frío, de las sombras incipientes, de las hostilidades y sufrimientos tan sólo acompañados por una brutal e implacable soledad por siempre cómplice del “confuso laberinto” que es la realidad, la vida.
Se deja de existir luego de detallar el dulce rostro de una mujer, luego de acercarse lo suficiente a otro ser y exponerse al daño que implícitamente lo extraño supone para lo conocido. Se quiebran las defensas y se expone el ser a la perdición, a lo irremediable del destino; es entonces cuando se da cuenta de que tanta precaución por resguardarse no ha valido de nada, el cuerpo sucumbe al deterioro, se sufre un desengaño. Un gran desengaño a mitad de un breve transitar, de una fugaz noche en medio de la nada, tal como lo es la vida de un hombre en la inmensidad de la historia.
Según José M. González García en LA CULTURA DEL BARROCO: FIGURAS E IRONAS DE LA IDENTIDAD, es probable que ese haya sido el sentir general del hombre de la época, en cuyo caso ¿cómo sería posible explicar qué hace barroco al poema, si en sí mismo no dice más que lo antes expuesto?
No se puede ser más que un “Descaminado, enfermo, peregrino”.
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