A ANTONIA
Antes alegre andaba; agora apenas
alcanzo alivio, ardiendo aprisionado;
armas a Antandra aumento acobardado;
aire abrazo, agua aprieto, aplico arenas.
Al áspid adormido, a las amenas
ascuas acerco atrevimiento alado;
alabanzas acuerdo al aclamado
aspecto, a quien admira antigua Atenas.
Agora, amenazándome atrevido
amor aprieta aprisa arcos, aljaba;
aguardo al arrogante agradecido.
Apunta airado: al fin amando acaba
aqueste amante al árbol alto asido,
adonde alegre ardiendo antes amaba.
Conmueve en una primera instancia el soneto por la voluptuosidad formal, el afan de privilegiar la vista antes que los sentidos; ostensible en las dicciones que empiezan todas, excepto dos, con 'a'. Aturde también el uso de imagenes inusuales a las que nos tiene acostumbrado el Barroco, como la de la primera estrofa, donde abraza aire, abraza agua, abraza nada. Cumple con aquellos rasgos comunes que parecen privilegiarse en la poesía barroca: el ornamento exagerado (
aqueste amante al árbol alto asido), la continuidad incesante de las imagenes (Al áspid adormido, a las amenas ascuas/ acerco atrevimiento alado), la primicia de las figuras (ardiendo ando aprisionado), que tienen la modalidad de hacer de los sentidos un órgano de la razón, de tal manera que ésta en la poesía, siendo ya debidamente una idea, tenga una composición armónica junto con la pasión; como sucede en la interpretación del amor de Quevedo a Antonia, únicamente expresable bajo la forma de un soneto cuyas dicciones comienzan con 'a'; artificio entendible no como distancia verbal, sino como el instinto del ingenio o bien el ingenio del instinto.
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